La ciencia del amor

La temática que doy en los talleres y genera más rechazo, animadversión y ganas de salir huyendo es el amor romántico. Independientemente de la edad del público. El amor de Disney u otros seudónimos o edulcorantes que intento utilizar para allanar el terreno son inútiles: des del minuto cero todos me miran con ganas de matarme, ¿es que acaso me atreveré a cuestionar todo aquello que sienten?

Hace unos meses le expliqué a una amiga, Valentina, que esa semana no vería a mi pareja porque estaría con otra persona. Hablando en el sentido sexo-afectivo. Valentina, en lugar de preguntar dudas o extrañarse o hasta expresar su desconocimiento, se enfadó. Se enfadó conmigo y se disgustó muchísimo: “no podía entender cómo me estaba haciendo “eso”. A todo esto, cabe destacar que yo estaba tranquila, conforme y feliz.

Estos son dos de la multitud de ejemplos que podría poner para explicar por qué siempre me he roto la cabeza intentando responder qué es el amor: me parece que es un tótem indiscutible que nadie puede debatir, tocar y mucho menos, destruir.

Una cosa que veo clara es que no solo se trata de un comportamiento social que nos han enseñado, sino que es un sistema que vive en nuestra sociedad y que nos convierte a todas en sus soldadas y defensoras. Nos vaya bien o no, no lo cuestionamos: amamos como nos han dicho que debemos amar. O si no, ¿por qué Valentina se enfadaría tanto conmigo? ¿O por qué a los asistentes del taller les generarían tal rechazo el contenido, antes de que empezara tan siquiera a hablar?

Entones, ¿qué es “eso” que nos hace suspirar? ¿”Eso” que ha justificado y justifica actos absolutamente violentos? ¿Y creéis que “eso” lo definimos igual cuando nos encontramos en un proceso de enamoramiento que cuando estamos en fase de desamor? Y ya para acabar de rizar el rizo, ¿en qué parte del cerebro creéis que está el amor? Antes de nada, quiero decir que no pretendo encontrar argumentos científicos para justiciar patrones culturales, sino que me gustaría señalar esas conexiones que existen entre el ambiente y nuestra genética/nuestro cerebro. También pretendo que sea una forma de definirlo, definirlo biológicamente quizás, pero una forma de atrevernos a desenredar qué es y a sacarlo del plano mágico donde lo hemos puesto. Bajarlo a lo terrenal.

Así que vamos a ello…

La antropóloga y bióloga Helen Fisher, junto con su equipo de investigadoras, lleva toda su vida intentando hablar del amor des de una perspectiva científica, desde mi punto de vista con carencias en aplicar a su análisis la perspectiva social y cultural, como veremos más adelante.

Fisher después de diversas investigaciones a la población que decía estar enamorada de Estados Unidos, a través de un MRI, un escáner que permite ver que partes del cerebro se activan y cuáles no, pudo identificar lo que ella llama el sistema cerebral del enamoramiento, es decir aquellas áreas del cerebro que se activan cuando alguien dice estar prendado de amor. Según Helen, este sistema cerebral está compuesto por tres áreas:

  • El área que se encarga del impulso sexual. Para esta antropóloga, el impulso sexual es el que haría que nos fijáramos en todos los sujetos de una habitación y buscáramos entre la multitud al sujeto de nuestro amor.
  • El área del amor romántico, según ella, es la que haría que nos focalizáramos, que nos obsesionemos en conectar emocionalmente con alguien. Aquí pasamos de buscar ampliamente en una habitación a focalizarnos en una persona.

Como anécdota, este circuito cerebral es un circuito muy primario que se encuentra estrechamente vinculado a otros circuitos como el del hambre o el de la ira. Esta cercanía anatómica es su justificación biológica a esa leyenda de “El amor es a primera vista”, haciéndonos creer que la acción espontánea que “debería” tener el amor tiene una causa neurológica.

Además, la activación de este circuito hace que se bloqueen otros, los que se encuentran en la corteza cerebral, la parte más externa del nuestro cerebro y la que nos da capacidad para razonar, para tomar decisiones, para elucubrar. Como esta parte esta inhibida, todos esos pensamientos que surgen de un razonamiento teóricamente no existen y aquí viene su segunda justificación biológica en este caso aquello de “El amor es ciego”.

  • Y, por último, los circuitos cerebrales que se encargan de generar el apego. Para ella, esta parte es la que está relacionada con la calma y la seguridad que se genera cuando se establece una relación en el tiempo.

En este caso en cambio, los circuitos cerebrales que se activan no son tan primarios ni espontáneos y dice que tardan hasta 17 meses en activarse.

Cuando Fisher habla de estas estructuras, ya vemos que habla de la “búsqueda de un sujeto” como si fuera algo totalmente innato, sin tener en cuenta que hay todo un sistema cultural que juega en nosotras y que tendrá un papel, me atrevería a decir fundamental, en esta búsqueda. No es casual, por ejemplo, que ese sujeto acostumbre a tener muchas similitudes culturales con nosotras o que haya un factor de raza determinante en la elección.

También, es paradigmático, que a la segunda área le llame amor romántico y que su propia definición, el hecho de que nos tengamos que focalizar solo en una persona, vaya tan acorde al sistema cultural del amor en que hemos estado educadas, es decir, ella explica que tenemos unos circuitos cerebrales que hacen que te enamores de una sola persona, sin tener en cuenta, que esta forma de entender el amor va totalmente acorde con el sistema monógamo en el que hemos sido socializadas. Yo me pregunto, si viviéramos en sociedades poliamorosas des de hace más de 100 años, ¿esta área del cerebro haría que nos focalizáramos solo en una persona? Quizás debemos empezar a entender que hay patrones biológicos condicionados por nuestros patrones culturales; si a ti te han enseñado que solo debes enamorarte de una persona, al final tu cerebro solo focalizará en una persona. Y para huir de este patrón necesitaríamos muchos, muchísimos años de desaprender y así quizás desaprendería nuestra biología.

Según Helen, estos sistemas cerebrales actúan no solo en los humanos, sino en muchos otros animales. El paralelismo del reino animal en los discursos científicos es algo que convendría que se dejará de usar. Los peces payaso, por poner un ejemplo tonto, cambian su sexo según el clan donde estén, en cambio esos humanos que deciden transitar el género son oprimidas y castigadas socialmente por no seguir la norma, ¿Por qué aquí no usamos el ejemplo del reino animal en cuanto a transgredir la norma? Así que o dejamos de hacer paralelismos que simplemente sirvan para perpetuar el statuos quo o empezamos a usar todas las características de los animales del mundo y vamos a ver que sale.

Volvamos a la segunda estructura cerebral, la que se encarga del amor romántico, esta estructura en realidad es lo que en neurociencia se llama el sistema de recompensa y su protagonista es la dopamina. Esta hormona, regula la motivación, el placer, durante los momentos de misterio, instantes donde no podemos predecir que vendrá, aumenta y nos genera esa cosilla en la barriga que hace que veamos el siguiente capítulo de la serie, aunque sean las doce de la noche.

Quizás hasta aquí no he dicho nada nuevo, pero el hecho es que este sistema que se activa durante el enamoramiento es el mismito que funciona durante las adicciones. Cualquier adicción hace que la dopamina esté por las nubes. En el caso del amor, es la justificación biológica de aquello de “necesito ver/estar con esa persona a todas horas”.

Para volverlo todo más rocambolesco, este equipo de científicas vio que en el caso de las personas que están enamoradas pero que han sido rechazadas, también hay la activación de estas tres estructuras y, además, el sistema de recompensa se ve más activado, es decir, como no tiene hay acceso a esa droga/persona, la necesidad de tenerla es aún más grande.

Todo ello los lleva a concluir que el amor no es una emoción, sino que es un instinto primario.

Paremos un momento aquí para diferenciar entre emoción e instinto primario. Los instintos son los impulsos primarios inconscientes y naturales que se dan en las personas al enfrentarse y relacionarse con la realidad. Las emociones, en cambio, son las reacciones a un estímulo externo, o a un estímulo interno, un recuerdo, por ejemplo. Las cuatro emociones básicas son la alegría, la tristeza, el enfado o enojo, y el miedo. Una vez que se procesa la emoción, nuestro cerebro la procesa y así esta se transforma en un sentimiento. El amor, el odio, el rencor, la compasión y la felicidad son sentimientos.

Después de afirmar que es un instinto, que los sentimos todos los seres del reino animal y que es incontrolable, tanto como cuando un adicto necesita ese chute de cocaína, el equipo de Fisher concluye, de una forma sutil, pero no dejando de ser aterradora, porque en muchos casos el amor acaba en un final trágico. Aquí tampoco explica que esa tragedia acostumbra a tener un rostro concreto.

Lo más importante y nada novedoso, cuando se trata de ciencia, es la falta una perspectiva de género. No es casual que este destino fatal acostumbre a llevarse a unas identidades y no a otras, ¿Cuántos hombres han sido asesinados por amor? Porque mujeres en lo que llevamos de año 16. Y luego, si partimos de la base que según el género que se nos asigna somos socializados de forma distinta en el amor, no tener en cuenta las diferencias por género en el análisis del cerebro, hace muy probable que se den sesgos en el análisis y la interpretación de los resultados. Estas diferencias se podrían haber tenido en cuenta si en el estudio de Fisher hubiera hecho una separación por géneros, cosa que no fue así.

Si entendemos que a las mujeres se nos educa para que el sentido de nuestra existencia sea encontrar ese amor, ¿no tiene sentido tener este factor en cuenta al analizar la activación de este sistema de la adicción? Es decir, podría ser que, en nuestro caso, se juntara la necesidad del chute y la necesidad de responder a esa expectativa social de tener pareja, porque si no tenemos pareja, la alternativa es “el oscuro y aterrador” camino que nos han enseñado de la “soltería y los gatos”.

En segundo lugar, habla de instinto sexual o de instinto primario en cuanto al amor como algo irrefrenable en nosotros mismos: “si lo sentimos no podemos pararlo porque les pasa a todos los animales”. Dejando de lado el paralelismo con el reino animal para no repetirme, si nos miramos a nosotras mismas y en la sociedad, vemos que en nuestro día a día, inhibimos una multitud indescriptible de instintos por el bien del colectivo, por nuestro bien, para no generar conflicto y por mil causas más. Así que explicar que el amor es así y que todos los actos en consecuencia del amor son como un adicto en busca de su droga y que no se puede parar, es igual que si dijéramos que tiene todo el sentido del mundo que cada vez que alguien se nos cuele en el supermercado le giraremos la cara.

Para concluir, no es casual que haya instintos que sí que se nos haya educado a frenarlos y otros que no; aquellos que sustentan un statu os quo que se basa en la opresión de muchas a favor de unos pocos, acostumbran a denominarse comportamientos naturales o innatos del ser humano, imposibles de frenar. Aquellos que se consideran que sí se pueden frenar, como por ejemplo la agresividad en las mujeres, se educa y obliga a reprimirlos y cuando no son aplacados, los sujetos son castigados socialmente.

Personalmente creo que el problema no es de Fisher y/o no está en intentar encontrar patrones biológicos o entender de qué forma funciona nuestro cerebro, cómo siente o porqué siente.  El problema recae cuando lo que hacemos es buscar patrones biológicos para justificar comportamientos culturales humanos que, además no pretenden generar un bien social.

El problema aparece cuando se utiliza tendenciosamente la ciencia como una pata más del sistema. Cuando a través del poder que se le da, sus argumentos refuerzan el sistema y dificultan cualquier crítica a lo establecido. ¿La única solución? Estar atentas y ser críticas, siempre críticas a todo lo que salga en el nombre de la ciencia. Porque la ciencia que brilla existe, solo tenemos que construirla juntas.

Míriam

Cofundadora de Luciferases

Un pensament sobre “La ciencia del amor

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